Heinrich Böll (1917 – 1985), premio Nobel de Literatura en 1972, había empezado a publicar mediada ya la dura década tras la crisis del 29, la misma que conoció en Alemania la hegemonía del partido Nazi. Böll se acogió entonces a su derecho de no formar parte de las Juventudes Hitlerianas, pues desconfiaba de aquel régimen. Los hombres y las mujeres de su entorno social, la clase trabajadora, tenían que ingeniárselas para sobrevivir, buscando en ocasiones trabajos disparatados. De esas situaciones, llenas de realismo social y sentido de la justicia, tratan muchos de los primeros relatos de Böll. Pero la azarosa vida de las clases populares de una gran ciudad, como su Colonia natal, se vio interrumpida por la II Guerra Mundial. El novelista fue llamado a filas y desplazado a los frentes de Polonia, Francia, Rumanía, Hungría y la Unión Soviética. Se casó durante un permiso, en 1942. En 1945 fue hecho prisionero por los aliados y retenido en diversos campos en Francia y Bélgica. Böll tuvo que hacer suyo el destino de una nación derrotada y responsable de una barbarie sin precedentes, no obstante haberse opuesto desde su juventud al régimen que la ideó. Tras la guerra, sus conciudadanos habrían de reinventarse a sí mismos, en una Alemania que vivía su año cero, como Rossellini quiso titular la película que dirigió entre las ruinas físicas y morales de aquel país, en 1948. Y aunque la narrativa de Böll no escondía el abismo existencial al que estarían asomados él y sus compatriotas de por vida, el novelista presentó unos personajes, historias y destinos de una humanidad tan rica y cordial, que su obra nos invita a experimentar todavía hoy una ironía cargada de esperanza.