Vuela un aeroplano
Fantasía libre a partir de la vida y obra de Marc Chagall
Friedriech Gorenstein
195 páginas
152x240mm
fecha de publicación: septiembre 2019
978-84-120259-1-0
precio: 23,00 €
PRESENTACIÓN
VUELA UN AEROPLANO
UNAS REFLEXIONES SOBRE MARC CHAGALL, por el Autor
De Marc Chagall se han dicho muchas cosas. Acerca de él han opinado toda suerte de personas, especialmente admiradores suyos, en número aún mayor que el de detractores o envidiosos. Eso suele ocurrir cuando se alcanza un reconocimiento universal: cunden entonces los admiradores y todos ellos comparten similares ideas. En esta situación, a la hora de componer un retrato, son sin embargo más valiosos los críticos. No porque uno tenga que simpatizar con la rabia impotente y con la envidia estéril de éstos, sino porque siempre es posible encontrar, en la corriente de su maledicencia, fragmentos vivos del personaje original. Y es que la lisonja es mucho más falsa que la envidia, pues en ésta hay más sinceridad. Además, la envidia es un concepto muy amplio, no tiene por qué estar asociada necesariamente al veneno de un Salieri. Es posible amar sin dejar de envidiar. Eso nos salva de la ceguera del amor, tanto como de la lisonja, que es tuerta. Mis pensamientos, precisamente, son los pensamientos de un amante envidioso. Desde luego, no nos faltan motivos para envidiar a Marc Chagall. Si se analiza atentamente su vida, uno tiene la impresión de que contó con el apoyo de los dos Grandes, que recibió ayuda de ambas partes: de Dios y del Diablo. Un talento divino y un éxito diabólico marcaron a este hombre, nacido en la familia de un judío de Vítebsk que trabajaba en el comercio de arenques. Chagall vivió casi noventa y ocho años. Toda vida de noventa y ocho años ya es interesante de por sí. Porque un siglo se compone necesariamente de segmentos diversos, reúne experiencias de distintos individuos. El siglo de alguien que ha gozado de una larga vida adquiere una continuidad. Y es especialmente valioso si quien ha vivido tanto tiempo se llama Chagall. No hace falta recordar qué clase de siglo fue el suyo, el que va de los años ochenta a los años ochenta. La carnicería de la Primera Guerra Mundial, el apocalipsis de la Revolución Rusa y la Guerra Civil, la furia del terror estalinista, el delirio febril del hitlerismo. Los seres humanos, a lo largo del siglo XX, pocas veces tuvieron ocasión de descansar, de cobrar aliento. Y, dadas las circunstancias históricas, si la humanidad padeció calamidades, el componente judío de la humanidad las padeció por partida doble. Chagall, precisamente, fue uno de esos seres humanos judíos. A su alrededor murieron –caídos en pogromos y en guerras, víctimas del régimen estalinista, ardiendo en los hornos crematorios hitlerianos– parientes y allegados, amigos de la infancia de Vítebsk, paisanos, compatriotas. Chagall salió indemne. Fue como si la muerte jugara con él, como si pasara cerca de él, rozándolo, intimidándolo. Una y otra vez sobrevivía, y otra persona moría en su lugar. Ese «billete de la suerte», esa fortuna, constituye una carga espiritual para cualquier hombre decente. Y Chagall experimentó el peso de esa carga con toda intensidad. Tras la muerte de Bella, su amada mujer; tras la muerte de su padre; tras la muerte de sus parientes ante sus mismos ojos, en el curso de un pogromo en la provincia de Vítebsk; tras la muerte universal de millones de personas ante los ojos de Dios, ¿qué fue lo que le permitió no ya sobrevivir, sino vivir casi una centuria? En cualquier caso, no fue su talento divino. El talento raramente ayuda en una larga vida. ¿El éxito diabólico? Con eso podríamos estar de acuerdo, aunque con un matiz. A diferencia de Fausto, que también disfrutó de una larga vida, Chagall no vendió su alma al diablo. Entonces, ¿qué pudo ver el diablo en él para apreciarlo tanto? Porque hay que admitir que el diablo le tuvo aprecio. El mayor escéptico e ironista del Universo se quedó impresionado con la actitud sencilla, puramente jasídica , de Marc Chagall ante la vida, a pesar de las desgracias y las pérdidas. En esto Chagall recuerda al primer jasid bíblico, Job. Porque Job, a despecho de todas las calamidades que, por voluntad divina, le infligió el diablo, se sintió satisfecho con los nuevos hijos que vinieron a reemplazar a los fallecidos. Se trata, dicho sea de paso, de un aspecto de Job que Dostoievski era incapaz de comprender. Dostoievski, que apreciaba singularmente a Job, sufría por esa ligereza «inmoral» de su favorito. Pero no se trata de «inmoralidad». Por dulce que sea el culto al megalomartirio, la sencilla alegría jasídica nos devuelve a aquellos tiempos dichosos en los que el hombre aún no estaba abrumado psicológicamente y podía compartir las percepciones de los animales y las aves. ¿No son acaso esas percepciones perdidas las que recupera la obra de Chagall, abigarrada y rectilínea? Ser optimista en el paraíso no solo es ridículo y estúpido, sino además estéril, en vista de que el fruto se lo come uno sin más, y no tiene por qué predicar la triste historia de nuestro padre Adán. Pero ser optimista en el averno, cultivar frutos lustrosos en medio de las calderas infernales, es una fortuna singular, un regalo del destino. Por eso, en tiempos de pesimismo, de lamentaciones y de desengaño no solo son enormemente interesantes las creaciones de Chagall, sino también su larga y fructífera vida de noventa y ocho años, felizmente culminada por una muerte tranquila, como un sueño sereno.
PRIMER CAPITULO
REFERENCIAS